A CONTINUACIÓN LES COMPARTO LA CITA Y RUEGO QUE EL ESPÍRITU DEL SEÑOR TOQUE EL CORAZÓN DE TODOS NOSOTROS PARA QUE PODAMOS ARREPENTIRNOS Y SEGUIR A JESUCRISTO Y SER TESTIGOS DE EL EN TODO TIEMPO, EN TODAS LAS COSAS Y EN TODO LUGAR Y VIVAMOS EL ARTICULO DE FE N° 13.
Venid, y subamos al monte del Señor
Elaine S. Dalton
Young Women General President
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Su virtud personal… les servirá para tomar las decisiones que les permitan ser dignas de entrar en el templo.
Una
de las preguntas que me hacen con mayor frecuencia es: “¿Cómo es que
una madre que tiene cinco hijos y sólo una hija califica para ser
presidenta general de las Mujeres Jóvenes?”. Mi respuesta es siempre la
misma: “Es porque tengo una hija perfecta, ¡y conozco todos los secretos
de los muchachos!”. Esta noche mis hijos me han dado permiso de
revelarles uno de esos secretos, y es éste: A los jóvenes virtuosos les
atraen las jóvenes virtuosas.
Antes
de salir en una misión, si a los jovencitos se les preguntara la
cualidad principal que buscan en una joven, quizás mencionarían una
basada en las normas del mundo, como “la apariencia”. Pero después de
dos años de estar en la misión, esos mismos jóvenes regresan a casa y
han cambiado —su atención ha cambiado— y la cualidad principal que
buscan en una compañera eterna ha cambiado ¡sin que ustedes se den
cuenta! Un ex misionero virtuoso se siente atraído a una jovencita
virtuosa, a una que tiene un testimonio de Jesucristo y está
comprometida a llevar una vida de pureza.
¿Qué
es lo que ha causado ese potente cambio de corazón? Estos jovencitos
entienden su identidad y su papel en el plan de felicidad; han
purificado su vida a fin de ser guiados por la compañía constante del
Espíritu Santo; son dignos de entrar en los santos templos del Señor;
son virtuosos. Con razón en las Escrituras se nos dice que agreguemos “a
[nuestra] fe virtud” (2 Pedro 1:5), porque es cierto que “la virtud ama
a la virtud; la luz se allega a la luz” (D. y C. 88:40). Así como Pablo
aconsejó a su joven amigo Timoteo que fuera “ejemplo de los creyentes
en… pureza” (1 Timoteo 4:12), esta noche me gustaría hacer eco para
ustedes de las palabras de Pablo, porque la virtud es pureza.
Como
recordarán, hace casi un año nuestra presidencia escaló una montaña y
desplegamos una bandera dorada pidiendo “un regreso a la virtud”.
Pedimos que las mujeres jóvenes y adultas en todo el mundo se levantaran
y brillaran como estandarte a las naciones (véase D. y C. 115:5). Como
resultado, se ha agregado el valor de la virtud al lema de las Mujeres
Jóvenes y al Progreso Personal a fin de que quede “escrita en [sus]
corazones” (Romanos 2:15). Esto ha sido inspirado por las palabras y
enseñanzas de profetas, videntes y reveladores, y se ha agregado para
ustedes y para su época. El presidente Boyd K. Packer dijo que “…nada de
la historia de la Iglesia o de la historia del mundo… se compar[a] con
nuestra situación actual. Nada… super[a] en iniquidad la depravación que
nos rodea actualmente” (“La única defensa pura” [discurso ante los
profesores de religión del SEI, 6 de febrero de 2004). Jamás ha habido
mayor necesidad de virtud y pureza en el mundo.
Al
igual que los otros valores, al valor de la “virtud” se le ha asignado
un color simbólico; el color de la virtud es el dorado porque el oro es
puro, brilla, es suave y no es fuerte ni sumamente llamativo; es valioso
y se tiene que refinar. Si viven una vida pura y virtuosa, ustedes
serán refinadas por las experiencias de la vida, y al confiar en el
Señor (véase Proverbios 3:5) y al acercarse más a Él, Él hará que sus
corazones sean como el oro. (Véase de Roger Hoffman, “Consider the
Lilies”.)
¿Qué
significa regresar a la virtud? Estamos pidiendo un regreso a la pureza
moral y a la castidad. La virtud es pureza; la virtud es castidad. La
palabra virtud también se ha definido como “integridad y
excelencia moral, poder y fuerza” (Guía para el Estudio de las
Escrituras, “Virtud”; véase también Lucas 8:46). La base de una vida
virtuosa es la pureza sexual, y sin embargo, el mundo casi ha eliminado
esa definición. El profeta Mormón enseñó que la castidad y la virtud son
“más [caras] y [preciosas] que todas las cosas” (Moroni 9:9); van de la
mano; no se puede tener una sin la otra, y nosotros “creemos en ser…
virtuosos” (Artículos de Fe 1:13).
Para
ser y permanecer virtuosas, deben ser fieles a su identidad divina y
establecer modelos de pensamiento y conducta basados en elevadas normas
morales (véase Predicad Mi Evangelio, pág. 125). Esas normas son
eternas y no cambian; las han enseñado los profetas de Dios. En un mundo
en el que prevalece la idea de que la verdad no es absoluta, las normas
del Señor son absolutas. Se nos dan a cada uno para mantenernos sobre
el sendero que lleva de regreso a la presencia de nuestro Padre
Celestial y de Su Hijo Jesucristo.
En
Doctrina y Convenios, Sección 25, el Señor aconseja a cada una de Sus
amadas hijas, a ustedes y a mí, a andar “por las sendas de la virtud”
(vers. 2). Ustedes no son comunes ni ordinarias; son hijas de Dios.
Llevan en su interior el sagrado poder de crear vida, que es uno de los
máximos dones de Dios a Sus amadas hijas, y para salvaguardar ese poder
deben vivir las normas y permanecer virtuosas. Deben salvaguardar su
poder con pensamientos y hechos virtuosos; al hacerlo, su familia y las
generaciones venideras serán fortalecidas y bendecidas. Brigham Young
enseñó que “la fortaleza de Sión radica en la virtud de sus hijos e
hijas” (Letters of Brigham Young to His Sons, ed. por Dean C. Jessee, 1974, pág. 221).
Deben
proteger su propia virtud y ayudar a los demás a estar a la altura de
la divinidad que llevan en su interior. En todo sentido, ustedes son
guardianas de la virtud. El presidente David O. McKay enseñó que “la
mujer debe ser la reina de su propio cuerpo” (citado en “Preguntas y
Respuestas: ¿Cómo puedo ayudar a mis amigos a entender la ley de
castidad?”, Liahona, febrero de 2003, pág. 23). “¿No sabéis que
sois templo de Dios, que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” (1
Corintios 3:16). Mi pregunta para cada una de ustedes es ésta: “Si
nosotras no defendemos la virtud, ¿quién lo hará?”.
Hace
poco me enteré de un grupo de mujeres jóvenes de Perú que escalaron una
montaña y desplegaron su bandera al mundo. Otro grupo de Mujeres
Jóvenes y sus líderes en Virginia [Estados Unidos] escribieron su
testimonio y, al igual que las de Perú, desplegaron sus banderas al
mundo. He recibido fotografías de muchas de ustedes desde California
hasta Costa Rica que han hecho el compromiso de permanecer virtuosas y
que dirigen al mundo en el regreso a la virtud.
Cuando
yo era una joven, mis líderes pidieron que escogiéramos un símbolo que
representara la vida que viviríamos y lo que nos esforzaríamos por
llegar a ser como hijas de Dios. Luego cosimos esos símbolos en nuestras
bandas, las que llevábamos puestas sobre el hombro, y que ¡eran
nuestras banderas personales al mundo! Yo escogí el símbolo de la rosa
blanca porque las rosas se vuelven más y más hermosas al crecer y
florecer y escogí el color blanco por la pureza. Insto a cada una de
ustedes a reflexionar en cuál sería su bandera personal si pudieran dar
un mensaje al mundo.
Hace
unos años, mi hija y yo y dos amigas hacíamos excursionismo con mochila
en una cadena montañosa de Wyoming. En busca de aventuras, preguntamos
al guarda forestal si había un camino que pocas personas conocieran. Nos
mencionó un camino que nos llevaría por praderas, riachuelos, campos de
rocas, después un lago en estado prístino, y por fin, a nuestro
destino: el Muro. ¡Nos gustó la idea! Nos dio instrucciones en cuanto al
rumbo básico y dijo: “Quédense en lo alto de la montaña; no vayan a
donde están los sauces porque allí es donde están los osos. Busquen los
hitos que les indicarán el camino”. Los hitos son piedras apiladas una
encima de la otra para formar una señal que sea compatible con el medio
ambiente.
Partimos
temprano a la mañana siguiente. Caminamos un rato entre los sauces, lo
cual me puso muy nerviosa. Luego vimos el primer hito en la ladera del
monte y nos dirigimos a él. Escalamos de un hito a otro. A veces parecía
que estábamos perdidas porque pasaba un buen rato sin que viéramos un
hito, pero luego, para nuestro alivio, volvíamos a encontrar otro y todo
seguía marchando bien. Llegamos a un campo muy grande de rocas y
tuvimos que ayudarnos unas a otras a subir con las mochilas. Fue
difícil, pero al anochecer llegamos al hermoso y puro lago, donde
acampamos. A todo nuestro alrededor había bellísimos panoramas. ¡La
difícil caminata había valido la pena!
Sin
embargo, temprano a la mañana siguiente, me despertó el rugido de un
viento huracanado. Una densa niebla había descendido sobre el lago y era
casi imposible ver en ninguna dirección. Empacamos las tiendas y las
bolsas para dormir y nos dispusimos a partir por la orilla del lago,
iniciando el ascenso hacia nuestro destino: el Muro. Nunca me había
sentido tan feliz de llegar al Muro, de hecho, ¡así nos sentíamos todas!
Nos acercamos al enorme muro de granito y ¡lo besamos! Habíamos
llegado.
Al
estar ante ustedes esta noche y hacer un llamado a las mujeres jóvenes
de la Iglesia de levantarse en el regreso a la virtud, digo, en las
palabras de Isaías: “Venid, y subamos al monte de Jehová… y nos enseñará
sus caminos, y caminaremos por sus sendas” (Isaías 2:3). El sendero de
la virtud es “por el que menos se transita” (véase “The Road Not Taken”,
en The Poetry of Robert Frost, ed. Edward Connery Lathem, 1969,
pág. 105); nos llevará por praderas, riachuelos y lagos puros, sí, ¡y
también por campos de rocas! ¡Tendremos que ayudarnos y elevarnos unas a
otras! Tal vez el sendero sea difícil, pero si estamos dispuestas, las
recompensas serán eternas.
Al
escalar, no bajen a los sauces; permanezcan en lo alto de la montaña.
¡Ustedes son valiosas hijas de Dios!, y debido al conocimiento que
tenemos de nuestra identidad divina, todo debe ser diferente para
nosotras: nuestra forma de vestir, nuestro lenguaje, nuestras
prioridades y nuestra atención. No debemos buscar la guía del mundo, y
si nuestra verdadera identidad ha quedado opacada por errores o pecados,
podemos cambiar; podemos dar la vuelta, arrepentirnos y volver a la
virtud. Podemos subir y salir de los sauces. La expiación del Salvador
es para ustedes y para mí, y Él nos invita a cada una a venir a Él.
Al
vivir una vida virtuosa, tendrán la confianza, el poder y las fuerzas
necesarios para escalar. Serán bendecidas con la compañía constante del
Espíritu Santo. Sigan las impresiones que reciban, y obedézcanlas. Al
igual que las señales en un sendero poco transitado, el Espíritu Santo
les mostrará todas las cosas que deben hacer (véase 2 Nefi 32:5). Él
enseñará y testificará de Cristo, quien “marcó la senda y nos guió”
(Jesús, en la corte celestial”, Himnos, Nº 116).
Su
virtud personal no sólo les permitirá tener la compañía constante del
Espíritu Santo, sino que también les servirá para tomar las decisiones
que les permitan ser dignas de entrar en el templo para hacer y guardar
convenios sagrados y recibir las bendiciones de la exaltación.
Prepárense espiritualmente para ser merecedoras de entrar en la
presencia del Padre Celestial. Prepárense ahora para el templo, la
montaña del Señor. Nunca permitan que la meta del templo se les pierda
de vista. Entren a Su presencia con pureza y virtud, y reciban Sus
bendiciones, sí, “todos sus bienes” (Lucas 12:44). Dentro de Su santa
casa serán purificadas, instruidas e investidas de poder, y Sus ángeles
las guardarán (véase D. y C. 109:22).
Debemos
saber y comprender que, como dijo Winston Churchill en un momento
crítico de la Segunda Guerra Mundial: “A todo hombre [y a toda
jovencita] le llega… ese momento especial en el que, en sentido
figurado, se le da un toquecito en el hombro y se le ofrece la
oportunidad de hacer algo especial, singular para él [o ella] y su
propio talento. Qué tragedia si en ese momento se encontrara[n]
desprevenido[s] o falto[s] de preparación para la obra que sería su
logro supremo” (véase Jeffrey R. Holland, “Santificaos”, Liahona,
enero de 2001, pág. 49). Éste es un momento crítico. A ustedes se les
está dando el toquecito en el hombro. Ahora mismo se están preparando
para esa obra que será su logro supremo; se están preparando ahora para
la eternidad.
El
año pasado, cuando fui llamada para ser la presidenta general de las
Mujeres Jóvenes, en el momento en que me disponía a salir de la oficina
del presidente Monson, él extendió la mano hacia un ramo de rosas
blancas, tomó una del florero y me la dio. En el momento en que me dio
esa bella rosa blanca, supe por qué. Recordé la época en que, siendo
jovencita, escogí la rosa blanca como mi símbolo de pureza, mi bandera
personal. ¿Cómo lo supo el presidente Monson? Me llevé esa bella rosa a
casa, la puse en un hermoso florero de cristal y la coloqué en una mesa
donde pudiera verla todos los días. Cada día, esa rosa me recordaba la
importancia de mi propia pureza y virtud personal, y me recordaba a
ustedes. Al crecer y florecer, su pureza personal les permitirá ser una
fuerza para el bien y una influencia de rectitud en el mundo. Creo
firmemente que una jovencita virtuosa, guiada por el Espíritu, puede
cambiar el mundo.
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